
More and more people surrender to the therapeutic power of swimming in the sea. In times of troubled waters, practice grants novices and professionals an ocean of possibilities. Below are testimonials on how this has been changing the way they deal with crises and what you need to know to get started. server sensasional
Los desafíos de la dinámica no son pocos: los nadadores deben enfrentarse a los movimientos de las corrientes, remolinos u oleajes y a diversas temperaturas. Implica un gran esfuerzo físico y mental pues se lucha contra el mismo espacio natural y las distancias.
En nuestro país, la disciplina no había sido popular hasta la pandemia. Si bien en los últimos años ya se notaba un interés mayor por practicarla, ha sido con la clausura de las piscinas como medida de control para evitar contagios por el COVID-19 que esta viene pescando muchos seguidores. Así, hay quienes se lanzan al agua solos, en grupos que se han formado orgánicamente en las orillas o en escuelas.
Algo similar sucede con nadadores más experimentados. Ellos entrenan de forma individual o colectiva, para desafíos profesionales nacionales -como la mítica ruta Olaya en la que, anualmente y por 22 kilómetros, se nada de Chorrillos a La Punta- o competencias internacionales. De hecho, por ejemplo, el Perú cuenta con la Selección Nacional de Natación categoría Aguas Abiertas, dirigida hoy por una leyenda del gremio, María Isabel Barragán.
Muchos de estos últimos ven con alegría el aumento de gente entusiasmada con la práctica de sus amores, aunque solo hacen un pedido a los nuevos cardúmenes: continuar con los protocolos de bioseguridad para evitar contagios. Como se sabe, el agua no es un agente transmisor de Covid-19, pero sí es riesgosa la poca distancia social o la falta de uso de mascarillas en la orilla. Por lo demás, bienvenidos sean.
Océano de emociones
“Cada pequeño desorden en mi nado fue, luego, una gran victoria mental. Vencer el pánico de nuevo, la ansiedad, el miedo que nos paraliza. Si alguien me hubiese dicho que en pandemia descubriría o rememoraría cosas como estas, no le hubiese creído. Como tampoco hubiese creído que, nadando, aprendería a entender el peso de la respiración en mis días. Tan simple y secreta, tan frágil y a la vez potente”.
Las líneas que preceden a estas las escribió el periodista Beto Villar en una cuenta de Instagram que acaba de abrir: @enaguasprofundas. Allí documenta, con fotos y testimonio, la revolución personal que viene siendo para él nadar en el mar desde hace poco más de un mes. Un día empezó motivado por un amigo y ahora bracea tres veces por semana, solo, absorto de los cambios emocionales que se le van revelando.
“La pandemia me empujó al mar. Ha coincidido con una serie de cambios espirituales fuertes que me estoy impulsando a hacer, trabajar en cosas que pienso que no puedo. Ser, por ejemplo, más resuelto. Le di la oportunidad y no puedo estar más contento”, le cuenta a Somos. Agrega que lo que le sigue sorprendiendo es que los limeños, teniendo el privilegio de vivir tan cerca del océano, no lo aprovechemos. “A mí me costó 39 años darme cuenta de que tenía esta enorme piscina natural gratuita para mí”. Como a Patricia del Río, Villar confirma el efecto catártico que practicar este deporte puede provocar. “Me ha pasado que, estando a 200 metros de la orilla, he volteado a ver la ciudad y he empezado a llorar. Es como una descarga de tristeza por todo lo que viene ocurriendo este año, en general. Desahogas. Además, claro, de tener la chance de observar Lima frente a ti, desde esa perspectiva. Eso es una maravilla”.
Fuente: https://elcomercio.pe/